29/5/11

El Banquete de Platón.

[...]

"En primer lugar, tres eran los sexos de los hombres, no dos como ahora, masculino y femenino, sino que había además un tercero que era común a esos dos, del cual aún perdura el nombre, aunque el mismo haya desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en cuanto en su figura y nombre, que participaba de uno y otro sexo, masculino y femenino, mientras que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la figura de cada individuo era por completo esférica, con las espalada y los costados en forma de círculo; tenía cuatro brazos, y dos rostros sobre un cuello circular, iguales en todo; y una cabeza, una sola, sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás según uno puede imaginarse de acuerdo con lo descrito hasta aquí.

Eran pues, terribles por su fuerza y su vigor, y tenían gran arrogancia, hasta el punto de que atentaron contra los dioses.

Tras mucho pensarlo, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: "Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, al hacerse más débiles. Ahora mismo, en efecto, voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número".

Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola naturaleza, y morían por hambre y por su absoluta inactividad, al no querer hacer nada los unos separados de los otros.

Al oír esto, sabemos que ni siquiera uno solo se negaría ni dejaría ver que desea otra cosa, sino que sencillamente creería haber escuchado lo que anhelaba desde hacía tiempo, es decir, unirse y fundirse con el amado y llegar a ser uno solo los dos que eran. Pues la cusa de esto es que nuestra antigua naturaleza era ésa que se ha dicho y éramos un todo; en consecuencia el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor."

[...]

Platón ofrece una serie de diálogos alrededor de un banquete de amigos, entre ellos el filósofo Sócrates, reunidos en casa de Agatón cuando alcanzó el premio por su primera tragedia.
Entre comida y bebida los comensales deciden realizar una exposición de lo que cada uno concibe acerca del Amor. Y así, lo que se supone debería ser una velada festiva de amigos, acaba siendo un debate sobre el Amor. Cada uno expone sus opiniones: Fedro hablará como un joven, pero como un joven cuyas pasiones se han purificado con el estudio de la filosofía; Pausinias, como un hombre maduro, a quien la edad y la filosofía han enseñado lo que no sabe la juventud; Eriximaco se explica como médico; Aristófanes tiene la elocuencia del poeta cómico, ocultando bajo una forma festiva pensamientos profundos; Agatón se expresa como poeta.


- Discurso de Fedro. Fedro toma primero la palabra, para hacer del Amor un elogio muy levantado. Según éste es el Amor el dios más antiguo y, además, es fuente para los hombres de grandes bienes tales como la virtud y la felicidad.

- Discurso de Pausanias. Corrige éste lo que hay de excesivo en el anterior elogio. La teoría del Amor es colocada a la entrada del verdadero camino que es el de la indagación filosófica.

- Discurso de Erixìmaco. Admite la distinción realizada por Pausinias de los dos tipos de Amor, pero camina mucho más adelante. Se propone probar que el Amor no reside sólo en el alma de los hombres, sino que está en todos los seres.

- Discurso de Aristófanes. Recurre a un mito para explicar la naturaleza del amor y las diferentes modalidades de la sexualidad, introduce una moraleja que contiene un llamamiento a la piedad.

- Discurso de Agatón. Define a Eros como la divinidad más bella y mejor. En esta parte reitera la afirmación de Fedro de que Eros es el más antiguo de los dioses y lo califica de "poeta" en el sentido de creador.

- Sócrates. Rechaza lo que le parece inadmisible en todo lo que se había dicho y especialmente en el discurso de Agatón y otra dogmática, donde da, respetando la división de Agatón, su propia opinión sobre la naturaleza y sobre los efectos del amor.

- Discurso de Alcibíades. Elogio de Sócrates. Alcibíades hace entrada, borracho, con un grupo de amigos. Inspirado por Dioniso, comienza el elogio del maestro.
 
El amor es uno de los aspectos más importantes en nuestra vida y está presente en nuestras conversaciones. Hay innumerables películas y canciones sobre amores felices y desgraciados. Innumerables veces, las lágrimas o la emoción nos embargan por razones de amor. Sin embargo el hombre - y la mujer- de nuestra época no conciben al amor como una asignatura pendiente, como algo para aprender; solo es un sentimiento espontáneo: el enamoramiento o el deseo sexual. Y en las consultas a psicólogos las preguntas más usuales sobre el amor se refieren a ¿cómo podemos ser amados?. Nunca a ¿cómo podemos aprender a amar?

Pero, ¿a qué llamamos amor?, ¿es el amor el deseo sexual?, ¿es algo más?, ¿es lo mismo amar a los padres, a los hijos, a los amigos, a nuestro compañero, compañera?. ¿Y el amor a nuestro perro, o gato, o periquito?, ¿y el amor a nosotros mismos es sólo egoísmo?. El tema es mucho más vasto de lo que nos sugiere la primera impresión. Dice Platón que el cielo se mueve por amor ¿acaso Dante argumentaba como Platón, cuando decía que era el amor lo que movía el sol y las estrellas?. ¿Es lo mismo el amor a una persona que amar el trabajo, la patria? ¿Y el amor a la justicia, a la ciencia, al arte? ¿Y aquello del amor a Dios y el amor de Dios?

Eros, el Amor, es el tema del diálogo El Simposio o más conocido como El Banquete, obra de este enorme filósofo que fue Platón. Platón nos sitúa en un típico banquete griego, con sus dos partes, primero la comida en común, y luego la bebida en común que era la excusa para que el anfitrión ofreciera un entretenimiento de carácter estético como el canto, la danza, la música, o un diálogo de ideas, con sus discursos, reflexiones. En este caso se trataba de un banquete en que los invitados de Agatón, poeta que había triunfado en el último certamen literario, pronunciaran un elogio del Amor. 

Apenas aplacado el coro de admiraciones que había suscitado el florido elogio de Agatón, Sócrates se excusa humildemente de pronunciar un discurso por no ser capaz de competir con los demás. Dice: Yo creía tontamente que es menester decir la verdad acerca de lo que se elogia, pero por lo visto no es así, y lo que os ha importado es acumular alabanzas hiperbólicas, atribuyendo al amor lo más grande y bello que se pueda encontrar, sin preocuparse de si es verdad

Con su diálogo Sócrates hace reconocer a Agatón que sus palabras eran bastante huecas pues escondían contradicciones dentro de su belleza y persuasión. Decía Agatón que el amor era bello, bueno y que anhelaba, deseaba, tendía a lo bello, pero todo deseo representa anhelo de algo, que es algo que no se tiene, y que se apetece tener, o si lo tenemos quizá no sabemos si mañana estará con nosotros y lo deseamos tener siempre. Por tanto, si Eros aspira a lo bello no puede ser él mismo bello, sino necesitado de belleza. Y por tanto no es un Dios, pues no es posible un dios sin belleza. 

Esta refutación puede parecer cortante pero Sócrates la hace con humildad, y confiesa que a él le ocurrió lo mismo, que él creía que el amor era bello y bueno, y fue Diótima, una sacerdotisa, la que respondió a sus inquietudes: si el amor no es bello ni bueno, ¿será feo y malo? Ciertamente no, el no ser bello ni bueno no implica necesariamente el ser feo y malo, como el no ser sabio no implica necesariamente ser ignorante. Entre belleza y fealdad -bondad y maldad-, como entre sabiduría e ignorancia, hay términos medios, y éste es el caso del amor. Por ello, no tiene que considerársele, como hace la opinión común, como un gran dios ya que no puede negársele a los dioses la belleza y la bondad. No es un dios, ni un mortal, es un gran daimon, un intermediario entre dioses y mortales. La idea es sencilla, el amor es el camino, el nexo de unión con aquello que llamamos perfecto, divino, hermoso, sirve de enlace y comunicación llenando el vacío que existe entre lo visible y lo invisible. Por amor somos capaces de hacer y vivir aquello que el cuerpo biológico no puede concebir, es lo heroico, por ejemplo por amor uno deja su tranquilidad y comodidad y entrega su vida al servicio de los demás, sea curando a enfermos, enseñando a niños. La actitud de servicio puede empezar por barrer un suelo, o saber escuchar, o resolver un problema ecológico, social, o poner un poco de belleza física, de cortesía, son dictados de la conciencia, del corazón que no vienen del materialismo egoísta sino del Amor. 

En seguida pasa Diótima a describir un mito sobre el Amor. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros estaba también el Dios Poros, el hijo de la Inventiva, que significa el que tiene recursos, abundancia. Vino a mendigar a la sala del festín Penia, la pobreza, la indigencia. Poros, embriagado de néctar, el licor de los inmortales, salió del jardín a disipar con el sueño los efluvios. Tendido estaba cuando lo divisó Penia, y pensó que lo mejor era aprovechar la oportunidad que se le ofrecía y procurarse un hijo de Poros: Eros. Engendrado en ese día del natalicio de Afrodita, el Amor está siempre en el cortejo de la diosa. Y por ser Afrodita supremamente bella, corresponde al Amor el ser amante de lo bello. 

De su madre tiene, en primer lugar, el andar siempre en apuros, y por su apariencia no es, contra lo que piensa la mayoría, nada delicado y bello, por el contrario anda siempre famélico, descalzo; eterno durmiente al raso sin otra cama que el suelo, los caminos o los umbrales de las puertas. No lo encontraremos ni en los palacios, ni en los bancos, ni en las cajas fuertes, no necesita de dinero, es humilde. De su padre, en cambio, tiene el andar siempre al acecho de lo bello y de lo bueno que no posee, y ser valiente, perseverante y arrojado, apasionado de la inteligencia, fecundo en recursos, incomparable hechicero. ¿Quién no reconoce en estas cualidades la fuerza que el amor despierta en nosotros?

Además el amor anhela poseer un bien con la intención de que dure siempre. El amor se convierte en apetito de inmortalidad, y ¿cómo lo consigue? La respuesta no tiene grandes pretensiones moralizantes o metafísicas, sino que arranca por entero del proceso natural del amor físico. La naturaleza logra la perpetuación con la procreación, con los hijos. La procreación es el único camino de la naturaleza para perpetuarse, las rosas no son eternas, pero cada primavera tenemos su perfume, limpio, joven. Platón sienta esta misma ley para la naturaleza espiritual: el anhelo de generación no se limita al cuerpo, sino que tiene su analogía en el alma. Y además la fecundidad del alma es muy superior a la del cuerpo, y se manifiesta, sobre todo, en obras de pensamiento, arte, poesía e inventos de toda especie. Las personas dotadas de esta fecundidad según el alma se prendan de lo bello - es el amor de un artista por su creación o de un maestro por su discípulo- y por amor uno se esfuerza en conducir a persona, a piedra, o a idea hacia su máxima perfección, desarrollando todas sus posibilidades latentes, es la idea del amor como una paideia o actividad formativa.

Desde este momento la conversación toma vuelo, y empiezan a sonar las palabras de alta tensión: "misterio", "iniciación"…. Hay una vía a seguir para llegar a la contemplación de lo bello en sí. Pero se requiere una iniciación, un ascenso a través de etapas dialécticas: Primero nace el amor a la belleza corporal, es una educación estética, se ama un cuerpo y más allá se ve que lo bello no está circunscrito a un solo cuerpo, es ver que la belleza de un cuerpo es hermana gemela de la del otro, y no solo los seres humanos, mujeres y hombres son bellos, hay belleza en todo, en la naturaleza: animales, montañas y nubes. 

Llega en segundo lugar el amor a la belleza de las almas, a la belleza moral, a la conducta, y es una belleza mucho más preciosa. Así uno prefiere un alma bella a un cuerpo bello, un buen carácter a unos ojos verdes, un corazón sabio a unas largas piernas: Existe una belleza interior y tiene más alta estima que la física. A partir de ahora es ya capaz de reconocer lo bello en todas las actividades y leyes, y se desarrolla el amor al conocimiento, amar las proyecciones del espíritu, las ciencias, las artes y llegar a lo supremo: el amor a lo bello, que se ofrece de súbito cuando se ha recorrido el camino anterior. De repente se verá, como un relámpago, una Belleza de naturaleza maravillosa. La iniciación ha sido lenta y gradual, y la revelación, en cambio instantánea. 

Platón sólo dice: "Belleza que existe eternamente, y ni nace ni muere, ni mengua ni crece; belleza que no es bella por un aspecto y fea por otro, ni ahora bella y después no, ni tampoco bella aquí y fea en otro lugar, ni bella para éstos, y fea para aquellos. Ni podrá tampoco representarse esta belleza como se representa, por ejemplo, un rostro o unas manos, u otra cosa alguna perteneciente al cuerpo, ni como un discurso o como una ciencia, sino que existe eternamente por sí misma y consigo misma. Dijo la sacerdotisa, que este es el momento de la vida, que más que otro alguno debe vivir el hombre: la contemplación de la belleza en sí". Y lo que ya no es posible, pues pertenece al orden del éxtasis místico, es describirla, es éxtasis pues uno trasciende, es salir fuera de nuestra pequeñez, y entregarse al mar inmenso de lo bello
 
La filosofía es el camino de retorno, hacia la reconquista de nuestra naturaleza: una vida armónica y el amor a la sabiduría conducen al triunfo de lo mejor que hay en nosotros. La filosofía es una locura divina, es amor a la sabiduría. El filósofo está poseído por un dios, en estado de perpetuo entusiasmo buscando lo bello que es lo bueno y es lo justo, y por esto el filósofo desprecia todo aquello que los demás se aplican con tanto celo, sea dinero, fama o poder. Y por la misma razón lo tienen éstos por loco, porque a la mayoría les pasa inadvertida la posesión divina, este amor por todos, por todo, por la vida. El conocimiento no es en Platón frío juego racionalista de conceptos. La metafísica de Platón es una metafísica del Eros. 


El eros como el alma y como el filósofo pertenecen a ese linaje de seres medianeros entre el mundo de las Ideas y el de las cosas materiales, y cuya misión consiste en poner en comunicación ambos mundos. Por amor platónico se entiende hasta hoy el amor espiritual, el amor que nos trasciende, amor imposible dicen, pero no, es el amor que hace posible los imposibles, que nos hace sentir hermanos, por encima de diferencias. 


Diccionario filosófico o La Razón por el alfabeto. Voltaire

[...]

Hay tantas clases de amor, que no sabemos a cuál de ellas hacer referencia para definirlo. Se llama falsamente amor al capricho de algunos días, a una relación ligera, a un sentimiento al que no acompaña el aprecio, a una costumbre fría, a una fantasía novelesca, a un gusto al que sigue un rápido disgusto; en una palabra, se da ese nombre a una multitud de quimeras.
 
Si algunos filósofos tratan de examinar a fondo esta materia poco filosófica, que estudien El banquete de Platón, en el que Sócrates, amante honesto de Alcuzades y de Agatón, conversa con ellos sobre la metafísica del amor. Lucrecio habla del amor físico, y Virgilio sigue las huellas de Lucrecio.

El amor es una tela que borda la imaginación. ¿Quieres formarte una idea de lo que es el amor? Contempla los gorriones y los palomos que hay en tu jardín; observa el toro que se aproxima donde está la vaca, y al soberbio caballo que dos criados llevan hasta la yegua que apaciblemente le está esperando y al recibirle menea la cola; observa cómo chispean sus ojos, oye sus relinchos, contempla sus saltos, sus orejas tiesas, su boca que se abre nerviosamente, la hinchazón de sus narices y el aire inflamado que de ellas sale, sus crines que se erizan y flotan y el movimiento impetuoso que les lanza sobre el objeto que la Naturaleza les destinó; pero no les envidies, porque debes comprender las ventajas de la naturaleza humana, que compensan en el amor todas las que la Naturaleza concedió a los animales: fuerza, belleza, ligereza y rapidez.

Hay algunos animales que ni siquiera conocen el goce; los peces que tienen concha no lo conocen: la hembra deja sobre el légamo millones de huevos; el macho que los encuentra pasa sobre ellos y los fecunda con su simiente, sin conocer y sin buscar a la hembra que los puso.

La mayor parte de los animales que se emparejan no disfrutan mas que por un solo sentido, y cuando satisfacen su apetito termina su amor. Ningún animal, excepto el hombre, siente inflamarse su corazón al mismo tiempo que se excita la sensibilidad de todo el cuerpo; sobre todo, los labios gozan de una voluptuosidad que no fatiga, y de ese placer sólo goza la especie humana. Además, ésta, en cualquier época del año, puede entregarse al amor, y los animales tienen su tiempo prefijado. Si reflexionas y te haces cargo de estas preeminencias, exclamarás con el conde de Róchester: "El amor, en un país de ateos, es capaz de conseguir que adoren a la Divinidad."
 
Como los hombres recibieron el don de perfeccionar todo lo que la Naturaleza les concedió, llegaron a perfeccionar el amor. La limpieza y el aseo, haciendo la piel más delicada, aumentan el placer que causa el tacto; el cuidado que se tiene para conservar la salud hace más sensibles los órganos de la voluptuosidad. Los demás sentimientos se entremezclan con el del amor, como los metales se amalgaman con el oro; la amistad y el aprecio le favorecen, y la belleza del cuerpo y la del espíritu le añaden nuevos atractivos. Sobre todo, el amor propio estrecha esos lazos, porque el amor propio se aplaude a sí mismo por la elección que hizo, y la multitud de ilusiones que hace nacer embellecen la obra cuyos cimientos abrió la Naturaleza.
He aquí las ventajas que los hombres tienen sobre los animales. Si aquéllos disfrutan de placeres que éstos desconocen, en cambio sufren pesares de los que las bestias no tienen la menor idea. Es lo más terrible para el hombre que la Naturaleza haya emponzoñado en las tres cuartas partes del mundo los placeres del amor y los manantiales de la vida con esa enfermedad espantosa que a él solo ataca y que en él solo infecta los órganos de la generación.

De esta peste no puede decirse que, como otras enfermedades, es la consecuencia de nuestros excesos. No es la relajación la que la introdujo en el mundo. Friné, Lais y Mesalina no sufrieron esa enfermedad que nació en las islas de América, donde los hombres vivían en estado de inocencia, y desde ellas se extendió por el mundo antiguo.

Si por algo pudo acusarse a la Naturaleza de contradecirse en su plan y de obrar contra sus propias miras, es por haber difundido esa detestable calamidad que sembró en la tierra la vergüenza y el horror. Si César, Antonio y Octavio no conocieron esa enfermedad, en cambio causó la muerte de Francisco I.

Los filósofos eróticos promovieron la cuestión de si Eloisa pudo seguir amando verdaderamente a Abelardo cuando fue fraile y castrado. Yo creo que Abelardo siguió siendo amado; la raíz del árbol cortado conserva siempre un resto de savia, y la imaginación ayuda al corazón. Nos complacemos en continuar sentados a la mesa cuando no comemos ya. ¿Es esto amor?, ¿es un simple recuerdo?, ¿es amistad? Es un no sé qué compuesto de todo eso; es un sentimiento confuso semejante a las pasiones fantásticas que los muertos conservaban en los Campos Elíseos. Los héroes que durante su vida habían brillado en las carreras de los carros, después de muertos guiaban carros imaginarios. Allí Orfeo creía cantar aún. Eloísa vivía con Abelardo de ilusiones, le acariciaba ella con la imaginación algunas veces, con el placer superior que debía producirle haber hecho en el Paracleto voto de no amarle, y sus caricias debieron ser más preciosas porque eran más culpables. No puede la mujer concebir una pasión por un eunuco, pero puede conservar el cariño a su amante si por amarle le castran.

No sucede lo mismo al amante que envejeció en el servicio. Su exterior no subsiste, sus arrugas asustan, su pelo blanco repele, los dientes que le faltan disgustan, y todo lo que puede hacer la mujer amada, siendo virtuosa, se reduce a ser su enfermera y a soportar que le ame, dedicándose a enterrar a un muerto.

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28/5/11

Lonesome (Soledad) de Pál Fejös

                                                                                                                                                                                   

Pál Fejós, junto con Michael Curtis y Alexander Korda, es uno de los más grandes directores húngaros de cuantos emigraron a Hollywood y el mejor del período mudo (Pán, 1919; Las estrellas de Eger, 1923). Con posterioridad, sus películas se orientaron hacia el experimentalismo (The last moment, 1928) y hacia el realismo intimista (Soledad, 1928; Broadway, 1929; Tempestades, 1933). 

Llegó a Nueva York en 1921 y comenzó a trabajar como ayudante de investigación en el Rockefeller Institute de esa ciudad, puesto que ocupó durante más de dos años. Al mismo tiempo fue asesor del Theatre Guild sobre obras de "atmósfera húngara". Abandonó sus investigaciones médicas y se dirigió hacia Hollywood para buscar fortuna. Consiguió vender algunos argumentos a productores modestos pero no consiguió abrirse camino dentro de la industria. Escribió el guión y dirigió Magia roja (1927), protagonizada por Conrad Veidt como un mago enamorado de su joven ayudante. Al enamorarse ella de un nuevo compañero, Veidt planea una sangrienta venganza. Rodada como una película muda, se le añaden diálogos posteriormente. Con 5.000 dólares que le prestó un amigo dirigió en menos de un mes The last moment (1928). En ella muestra a un suicida a punto de morir que ve desfilar toda su vida delante de sus ojos. Se trata de la primera película experimental de largometraje que se hizo en Estados Unidos. La película llamó la atención de la Universal, especialmente la del hijo del fundador del estudio, Carl Laemle Jr., que le contrató para dirigir la que fue su obra maestra, Soledad (1929). Drama de dos personajes, un hombre y una mujer que se conocen en un parque, éstos son magníficamente interpretados por Glenn Tyron y Barbara Kent. El fugaz encuentro da sentido a sus vidas, pero la multitud les separa. Se buscan durante todo un día y cuando han perdido toda esperanza de volver a verse, se encuentran en la escalera de su casa: son vecinos sin saberlo. Fejos contó para su realización con todos los adelantos técnicos del estudio y consiguió la mejor película de su etapa americana y de su carrera. 

Soledad colocó a Fejos en una posición privilegiada en la industria del cine en Hollywood. Preparó por aquel entonces su proyecto más ambicioso hasta la fecha, Broadway (1929), versión cinematográfica de un tremendo éxito teatral de George Abbot y Phillip Dunning que otros estudios imitaron. Laemle decidió justificar el proyecto convirtiéndolo en una gran superproducción espectacular. Para ello, Fejos se dedicó a experimentar durante el rodaje de los números musicales con una monstruosa grúa que superaba técnicamente todo lo visto hasta el momento. El público dio la espalda a la película y no obtuvo las recaudaciones esperadas. Después del relativo fracaso de Broadway comenzó la producción de La Marsellesa, una epopeya sobre la Revolución Francesa que finalmente se llamó Captain of the guard. A las cuatro semanas de comenzar el rodaje fue despedido y sustituido por John S. Robertson, único director que apareció en los títulos de crédito. 

El excesivo experimentalismo de Fejos le apartó paulatinamente de otras producciones, como el musical sobre un músico de jazz protagonizado por el director de banda Paul Whiteman que fue dirigido por Murray Anderson. Abandonó la Universal y comenzó a trabajar para la Metro Goldwyn Mayer, donde dirigió las versiones francesas y alemanas de The big house (1930). 

Decepcionado por la industria americana e incapaz de llevar sus proyectos a buen puerto, abandonó Hollywood y regresó a Europa, donde realizó diversas películas. Entre las de mayor éxito de esta etapa destaca Fantomas (1931). En 1935 abandonó el cine de ficción y se dedicó al documental. Unos años después dejó definitivamente el cine y retomó su carrera científica. Llegó a ser director de la institución Werner-Green para la investigación antropológica y una figura destacada de la comunidad científica internacional. Murió en 1963. 

Lonesome, en la actualidad, sólo existen dos copias en el mundo, una de ellas fue restaurada por George Eastman House. Sobre la versión muda la productora realizó otra, a la que se le agregó diálogos doblados y música, ya que cuando se terminó el rodaje del film comenzaba la etapa sonora del cine. 

La película muestra la rutina de cada protagonista, desde las 7.30 am del día 3 de Julio hasta las 02.00 de la madrugada del día siguiente. Comienza con una secuencia en montaje paralelo donde se presentan a los personajes y la gran vorágine hiperactiva de una metrópolis. El encadenado con el reloj durante la jornada laboral es una maravilla, te lleva un poco a The Crowd de King Vidor. Magnánimo es el momento de levantarse de la cama, cómo la cámara sufre de hiperactividad, siguiendo los movimientos de los personajes.

En realidad, cualquier secuencia de la película es para reseñar, pero sin duda, podemos destacar la de la montaña rusa del parque de atracciones de Coney Island, ese frenético movimiento, experimental y moderno para 1928. Sin sonido y sólo con el movimiento y sus personajes, lo que dá de sí la imagen.


No sé qué os parecerá esta película, pero a mí la primera vez que la ví me dejó muda, nunca mejor dicho ;O  Y hoy en día me maravilla igual que la primera vez. Por favor, disfrutar de esta pequeña gran joya!
 

 


25/5/11

Éloge de l'amour, Jean-Luc Godard

 

"Pero Godard no es solo un iconoclasta inteligente. Es un destructor deliberado del cine, no el primero que ha conocido este arte, pero sí, por cierto el más tenaz, prolífico y oportuno".
Susan Sontag.

Edgar, un director de cine, realiza unas pruebas para encontrar a la actriz protagonista de su próxima película. Entrevista a unas cuantas candidatas antes de recibir a Elle, una joven que le inspira una extraña fascinación; tiene la certeza de haberla visto antes, pero no sabe dónde ni cuándo. Cuando decide elegirla para el papel, descubre que ha muerto. Recuerda entonces el momento en que la vio por primera vez: fue en una entrevista con una pareja de ancianos supervivientes del Holocausto que habían vendido a un productor de Hollywood amigo suyo los derechos del relato de sus vidas. Fue entonces cuando le presentaron a su nieta Elle, una estudiante de Derecho que se había ofrecido a revisar el contrato.


Película del gran Jean-Luc Godard, rodada en el 2001, e interpretada por Bruno Putzulu, Cécile Camp, Jean Davy, Françoise Verny, Audrey Klebaner.  Hacía más de treinta años que Godard no filmaba en las calles de París –desde Masculin-Femenin (1966)– y aquí vuelve, en un bellísimo blanco y negro (un tanto devaluado por la proyección en video), al escenario de la primera nouvelle vague, al punto que parece posible volver a ver, en una esquina del Barrio Latino, en un ángulo de la Concorde o en un café de Montparnasse, el rostro de Anna Karenina, como en Vivir su vida

Godard parece plantear en Elogio del amor la búsqueda del principio de todo, del fundamento último y primero, aquello que los filósofos presocráticos dieron en llamar el arje, y lo busca en el cine y a través del cine. Para los pensadores helenos, el arje habría de encontrarse en los elementos básicos de la naturaleza –la tierra, el aire, el agua, el fuego-; para Godard podría encontrarse en los elementos de la sintaxis cinematográfica y en la reflexión sobre el propio cine. Elogio del amor es una película que plantea un diálogo constante con la vida, con el cine y consigo misma y que oculta en su interior una reflexión profunda sobre la Historia de las historias.
Está película está anclada –en desarrollo- en los cuatros puntos del amor: el encuentro, la pasión física, la disputa y la reconciliación. Para ello, Godard se vale de tres historias que penetran las vidas de tres parejas: joven, adulta y anciana. Y cada una de estas, a su manera, forma parte de un proyecto artístico que permanece innominado a lo largo de toda la película. 

El realizador franco-suizo juega con los formatos y sus texturas, retoza con las técnicas digitales, y hace un uso magistral del montaje y la música regalándonos momentos de un lirismo desbordado al tiempo que construye un paisaje de la mirada que nos parece nuevo y, lo que es aún mejor, que realmente lo es.

Godard puebla este paisaje virgen de retazos, frases, sonidos, imágenes –tomadas o retomadas– dando forma a un desarrollo argumental en apariencia sencillo, donde un joven director de cine, Edgar, quiere plasmar en un film las cuatro estancias del amor, el encuentro, la pasión física, la separación y el reencuentro, en la piel de tres parejas de amantes que se encuentran cada una en las tres edades del hombre, la infancia, la madurez y la vejez, respectivamente. Este film dentro del film le sirve a Godard para reflexionar sobre el propio cine, sí, y las citas a directores y películas que le precedieron son continuas, pero también y de manera pareja le sirve para trazar un intricado y denso armazón reflexivo sobre el amor y sobre la vida. 

Elogio del amor contiene algunas de las imágenes más bellas que he visto en mucho tiempo, pero la sustancia del último largo de Godard no son sólo las imágenes; la acumulación de ideas, sonidos, referencias, frases, citas, músicas, reflexiones, presencias, ausencias... que pueblan los fotogramas de Godard parece encaminada a rodar el espacio que, como dijo Griffon, “hay entre las gentes” y que nutre “la vida, la vida simplemente”, o lo que es lo mismo, aquello que hace arte al arte. Para Roland Barthes la fotografía es la presión de lo indecible que lucha por ser dicho. Para Godard, su famosa “verdad a 24 fotogramas por segundo” podría entenderse como la presión de lo intangible que lucha por lograr sustancia, un afán matérico por salir del mundo de las ideas y al servicio del cual el artista se antoja un simple amanuense, con un papel fundamental eso sí, cuya caligrafía servirá de catalizador, de vínculo entre ambos mundos. Víctor Erice, definió de manera precisa ese vínculo: “Todo el mundo tiene la capacidad para crear y recrear en su interior. Y una película no existe hasta que es vista, si no hay unos ojos que miren esas imágenes, las imágenes no existen. Cuando acabo una película, ya no es mía nunca más, pertenece a la gente. Yo no soy más que un intermediario en el proceso”. 

Para Henry Miller la literatura, el acto de escribir, era “algo que es paralelo a la vida, pertenece a ella al mismo tiempo, y la sobrepasa”; para Godard podría decirse que el cine es la vida. Bresson (que es citado en varias y dispares ocasiones durante la película) planteaba su cinematógrafo de manera que la emoción partiría de una aparente desnudez que habría de ser vestida en la mente del espectador; Godard, en cambio, parece ofrecernos los más exuberantes ropajes que el espectador habrá de desvestir para encontrarse a sí mismo. 


EL: Los americanos no tienen pasado.
ELLA: Los del norte, no los mexicanos, ni los de Brasil.
EL: Sí, los del norte. No tienen recuerdos o muy pocos. Sus máquinas sí, pero no ellos personalmente. Entonces compran la de otros. Sobre todo aquellos que se les resistieron. O venden imágenes parlantes. Pero una imagen nunca dice nada. Deberían ser creativos, pero carecen de imaginación. Ya no se ve nada. Es lo que quieren probar.
ELLA: Pienso igual que usted.

"Lo que llama la atención cuando se lo ve en su trabajo es la soledad en que parece estar encerrado.
-Sí, pero eso se debe a mi naturaleza. No me preocupo demasiado por la filmación. Lo que realmente disfruto es la búsqueda. Las conversaciones que me agradan no interesan a nadie, según creo, aparte de algún amigo. Es algo que se remonta a mi juventud, el temor de molestar a los otros con cosas que no les interesen." [del diálogo que Jean-Luc Godard mantuvo con Michele Halberstadt con motivo del estreno de "Elogio del amor", en 2001]