11/7/12

Germinal, de Émile Zola


 La novela narra lo que sucedió en Francia durante la huelga de los mineros en 1860, pone de manifiesta la lucha de todo un pueblo por sobrevivir, un pueblo que vive de la minería, que es esclavo de su propio ser, con unas condiciones de trabajo míseras. Muchos morían en la mina, y era sustituido por otro familiar perteneciente a la prole, ya fuese adulto o no, si es que el hambre no les mataba antes.


"- Debe hacer buen tiempo fuera. Ven, salgamos
Étienne luchó al principio contra aquella demencia. Pero el contagio también alteraba su cabeza, más sólida, perdiendo incluso la sensación de lo real. Todos sus sentimientos se alteraban, sobre todo los de Catherine, agitada por la fiebre, atormentada ahora por una necesidad de palabras y de gestos. Los zumbidos de los oídos se habían vuelto murmullos de agua corriente, cantos de pájaros; y olía un violento perfume de hierbas aplastadas, y veía con toda claridad, grandes manchas amarillas volaban delante de sus ojos, tan anchas que se crecía fuera, junto al canal, en los trigales, en un día de hermoso sol.
- ¡Mira, hace calor!... Cógeme y sigamos juntos siempre, siempre.
Él la abrazaba y ella se abrigaba contra él largo rato mientras seguía su parloteo de muchacha feliz:
- ¡Qué tontos hemos sido por esperar tanto tiempo! Nada más conocerte ya quise estar a tu lado, pero tú no comprendiste, te enfadaste… Luego, ¿te acuerdas?, en casa, de noche cuando comíamos, olfateando el aire para escucharnos respirar, con unas ganas inmensas de abrazarnos.
Étienne se sintió ganado por aquella alegría y bromeó con los recuerdos de su muda ternura.

- Una vez me pegaste, sí, sí, unos cachetes en las mejillas.
- Es que te amaba –murmuró ella-. Mira, intentaba no pensar en ti, me decía que todo estaba acabado; y, en el fondo, sabía que un día u otro estaríamos juntos… Sólo se necesitaba una ocasión, alguna oportunidad feliz, ¿verdad?
A él lo recorrió un estremecimiento, quiso sacudirse aquel sueño, y repitió lentamente:
- Nada está nunca acabado, basta un poco de felicidad para que todo vuelva a empezar. Entonces, ¿te quedas conmigo? ¿Esta vez es de verdad?
Y, desfallecida, se escurrió. Estaba tan débil que su voz ensordecida se apagaba. Asustado, la había retenido sobre el corazón.
- ¿Sufres?
- No, no mucho… ¿Por qué?
Pero aquella pregunta la había despertado de su sueño. Miró enloquecida las tinieblas y se retorció las manos en una nueva crisis de sollozos.
- ¡Dios mío, Dios, mío! ¡Qué oscuro está!


Ya no había ni trigales, ni olor a hierbas, ni canto de alondras, ni gran sol amarillo; aquello era la mina derrumbada, inundada, la noche hedionda, el goteo fúnebre de aquella caverna donde agonizaban desde hacia tantos días. La perversión de sus sentidos aumentaba ahora el horror, y se sentía dominada por las supersticiones de la infancia, vio al Hombre Negro, el viejo minero difunto que volvía al pozo a retorcer el cuello a las chicas malas.
- Escucha, ¿has oído?
- No, no oigo nada.
- Sí, el Hombre, ¿sabes?...¡Mira, ahí está! La tierra ha soltado toda la sangre de la vena para vengarse porque le habían cortado una arteria; y él está ahí, míralo, mira, más negro que la noche… Ah, tengo miedo, tengo miedo
Se calló tiritando. Luego, continuó en voz baja:
- No, es el otro.
- ¿Qué otro?
- El que está con nosotros, el que ya no vive.
La imagen de Chaval la acosaba, y ella hablaba de él confusamente, volvía a contar su existencia de perro, el único día que se había mostrado amable, en Jean-Bart, los demás días de tonterías y bofetadas, cuando la mataba a caricias después de haberla apaleado.
- Te repito que viene, que va a impedirnos que estemos juntos… Sus celos se apoderan de él otra vez… ¡Oh, échale! ¡Tenme a tu lado, guárdame entera!
Y en un arrebato, se había colgado de su cuello, buscando su boca que besó apasionadamente. Las tinieblas se aclararon, volvió a ver el sol y encontró una risa tranquila de enamorada. Él, estremecido por sentirla así contra su carne, semidesnuda bajo la chaqueta y los pantalones hechos jirones, la tomó en un despertar de virilidad. Y entonces se produjo su noche de bodas, en el fondo de aquella tumba, sobre aquel lecho de barro, la necesidad de no morir antes de haber alcanzado su felicidad, la obstinada necesidad de vivir, de hacer vida una última vez. Y se amaron en la desesperación de todo, en la muerte
Luego, no hubo ya nada. Étienne estaba sentado en el suelo, siempre en el mismo rincón, y tenía a Catherine sobre las rodillas, tumbada e inmóvil. Siguieron pasando las horas. Él creyó durante mucho tiempo que ella dormía; luego, la tocó, estaba muy fría, estaba muerta. Sin embargo, él no se movía por miedo a despertarla. La idea de que era el primero en poseerla, y que podía estar embarazada, lo enternecía. Otras ideas, el deseo de irse con ella, la alegría de lo que, juntos, harían más tarde, volvían por momentos, pero tan vagas que parecía apenas rozar su frente como el soplo mismo del sueño."


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