
Una serie de personajes, adultos jóvenes, hombres y mujeres, negros y blancos, artistas y no tanto, deambulan por las calles, las plazas, los bares y locales nocturnos de la ciudad chalando y, a su manera, apropiándose del mundo. Lecturas como Jean Paul Sartre les sirven de alimento, pero sobre todo la seguridad interior de que todo está por inventarse y puede ser inventado, incluso las nuevas formas para pensar el sexo, el vínculo “familiar”, el mundo privado y la vida social, etc.
Y sin embargo, no se sabe muy bien de dónde, aparecen los fantasmas de siempre, los prejuicios más estúpidos y determinantes vencen. Incluidas entre ellos las formas más bárbaras e irracionales de la violencia generacional callejera; en este punto Cassavetes también fue un pionero así como en la codificación de la imagen del que en la actualidad se reconoce como la estampita loureediana neoyoquina de pelo no muy largo alborotado, anteojos y campera de cuero negros.
No fue una película grabada para ser exhibida, sino para que los actores analizaran su trabajo. No tuvo mucha repercusión en USA, pero sí en Europa, gracias a la distribución de una compañía inglesa.
Es uno de esos filmes a los que se denomina "de bajo presupuesto” –el costo de la filmación fue estimado en cuarenta mil dólares-, y resultado de una concepción estética del cine opuesta al mundo ficcional e irreal de las producciones de Hollywood de aquellos tiempos. La película no consiguió ser distribuida en los Estados Unidos hasta después de obtener el premio de la crítica en el Festival de Venecia y es considerada una de las obras señeras de la llamada Escuela de Nueva York, la variante narrativa dentro de lo que se ha conocido como Nuevo Cine Estadounidense de los años sesenta.

En 1959, un joven actor de la televisión neoyorquina llamado John Cassavetes, hijo de emigrantes griegos, se instaló con unos amigos en las aceras de Nueva York y, con una cámara de 16 mm y sin más presupuesto que el que le cabía en el bolsillo, rodó Sombras, filme artesanal que trastocó muchas cosas en la poderosa industria del cine estadounidense. Nacieron allí el movimiento del cine independiente neoyorquino -revulsivo de la identidad del cine.
Como dijo Peter Falk, que repitió en cinco de sus filmes: "¿Quién diablos puede improvisar unas líneas tan buenas?". El cineasta manejaba un guión, y la mayor parte de las frases eran suyas, pero aquello tenía el aspecto de ser la vida misma, tan penetrante era su análisis de la psicología humana, y por eso algunos pasajes parecían espontáneos, como si la cámara los hubiera atrapado por puro azar.

"Cuando empecé a hacer películas, quería hacer cine como Frank Capra. Pero nunca he sido capaz de hacer otra cosa que no fueran estas obras locas y arduas. Al final, uno es lo que es", reconocería irónico.
La muerte, abatido por una cirrosis, de John Cassavetes -sin el que no se entendería del todo a cineastas neoyorquinos sobre los que su Sombras arrojó luz, desde los comienzos de Martin Scorsese y algunas constantes de la madurez de Woody Allen a la generación de Jarmusch, Ferrara, Wang, Hartley y otros nombres de signo creciente en el cine independiente de la costa este de USA- dejó convertidos en irreparables vacíos algunos proyectos de gran aliento, de los que habló una vez él mismo poco antes de su final y que, tras ocurrir éste, evocó su viuda, la magnífica Gena Rowlands.
"Cassavetes ha edificado contra viento y marea una obra ferozmente personal y totalmente distinta de lo que se hacía -y se hace- en el cine norteamericano e incluso en el cine mundial", resumían Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon en 50 años de cine norteamericano.

Teniendo en cuenta que en Hollywood ese año ganaría Ben Hur once óscar, Shadows fue toda una osadía. "Como artista, trato de buscar cosas diferentes. Pero sobre todo los artistas tenemos que atrevernos a fracasar", era su consigna laboral.
Ni siquiera él, después de su ópera prima, volvería a dejar nada en manos de la improvisación. A partir de entonces confeccionó con mano maestra la realidad en películas como Faces, su segundo film y primero con su esposa, Gena Rowlands.
"Quiere superar el simple efecto de realidad para alcanzar, por así decirlo, la realidad misma. Y justamente porque se aproximó de forma absolutamente convincente a esta ambición a la vez simple y grandiosa, es a menudo considerado, todavía hoy, un improvisador", reflexionan los cineastas franceses.
Es por eso por lo que "el diálogo en Shadows es tan 'cassavetiano' y muestra un incongruente sentido del humor tan semejante al que aparece en todas sus demás películas", según Tavernier y Courduson.
Ni siquiera él, después de su ópera prima, volvería a dejar nada en manos de la improvisación. A partir de entonces confeccionó con mano maestra la realidad en películas como Faces, su segundo film y primero con su esposa, Gena Rowlands.
"Quiere superar el simple efecto de realidad para alcanzar, por así decirlo, la realidad misma. Y justamente porque se aproximó de forma absolutamente convincente a esta ambición a la vez simple y grandiosa, es a menudo considerado, todavía hoy, un improvisador", reflexionan los cineastas franceses.
Es por eso por lo que "el diálogo en Shadows es tan 'cassavetiano' y muestra un incongruente sentido del humor tan semejante al que aparece en todas sus demás películas", según Tavernier y Courduson.
En los setenta y los ochenta, cuando Cassavetes todavía ofrecía obras como Corrientes de amor, Terrence Malick, el Paul Newman director, John Waters y Jarmusch parecían tomar el testigo a su manera.
Pero, en los noventa, con el auge del Festival de Sundance, los "indies" se hicieron legión, llegaron a los óscar y se convirtieron en negocio para los grandes estudios, que abrieron sus filiales para el público minoritario.
Los hermanos Coen, Todd Solondz, Gus Van Sant o Tom DiCillo lustraron esa generación que fue incorporándose a la industria o reincidiendo en mensajes ya no tan rompedores.
Y así, el lema de No risk, no award (Sin riesgo no hay premio) de los Independent Spirit Awards va quedando caduco y surgen productos independientes con vocación comercial como Juno. Por eso hoy Shadows vuelve a impresionar por su independencia.
Pero, en los noventa, con el auge del Festival de Sundance, los "indies" se hicieron legión, llegaron a los óscar y se convirtieron en negocio para los grandes estudios, que abrieron sus filiales para el público minoritario.
Los hermanos Coen, Todd Solondz, Gus Van Sant o Tom DiCillo lustraron esa generación que fue incorporándose a la industria o reincidiendo en mensajes ya no tan rompedores.
Y así, el lema de No risk, no award (Sin riesgo no hay premio) de los Independent Spirit Awards va quedando caduco y surgen productos independientes con vocación comercial como Juno. Por eso hoy Shadows vuelve a impresionar por su independencia.
La película tiene en el reparto actoral a Leila Goldoni, Ben Carruthers, Hugh Hurd, Anthony Ray y Rupert Crosse.

Cassavetes no utiliza un guión rígido sino que apunta a la creatividad de los actores, la mayoría de ellos amateurs e integrantes de su propio taller de interpretación. No aparecen gigantescos escenarios, ni existen juegos de iluminación, ni hay tampoco ampulosos desplazamientos de la cámara. Todo recurso técnico está supeditado a los personajes y no al revés, como sucede en las grandes producciones que, según Cassavetes, le quitan toda la libertad y toda la espontaneidad al actor. La palabra clave en Shadows es “improvisación”, al punto que, cuando llega el final, una sobreimpresión anuncia: “la película que acaban de ver ha sido una improvisación”.
El papel de la improvisación en las películas de Cassavetes generalmente es malinterpretado. Sus filmes – con excepción de la primera versión de Shadows – tenían un sólido guión. Cassavetes permitía, sin embargo, llevar sus propias interpretaciones de los caracteres a la escena. La escena en general estaba escrita pero la actuación no. Cassavetes también era receptivo a la hora de tomar una nueva dirección si era sugerido por el actor.

Shadows no es un film didáctico sobre el racismo sino una experiencia filmada a partir de un hecho racista. Cassavetes se sitúa detrás de la improvisación -casi un psicodrama- de unos actores que se interpretan a sí mismos y descuida totalmente los artificios tradicionales del argumento filmado. En lugar de ajustar la historia a los personajes, son los personajes los que se ajustan a la historia. "Cuando me ocupo de un film me prohíbo toda opinión. Pretendo registrar solamente lo que los personajes dicen, filmar su comportamiento, intervenir lo menos posible. Sombras no es un film de tesis, no es un manifiesto político. Es un ritual introspectivo, intimista". (Cassavetes en L'Avant Scène du Cinéma, nº 197, diciembre de 1977).

J. Cassavetes
"Nunca nada es tan claro como se ve en el cine. La mayor parte del
tiempo la gente no sabe lo que hace –y me incluyo–. No saben lo que quieren o lo
que sienten. Solamente en las películas se sabe bien cuáles son los problemas y
cómo resolverlos (...) El cine es una investigación sobre nuestras vidas. Sobre
lo que somos. Sobre nuestras responsabilidades –si las hay–. Sobre lo que
estamos buscando. ¿Por qué querría yo hacer una película sobre algo que ya
conozco y entiendo?"
J. Cassavetes
"Cada una de sus película trata siempre de lo mismo. Alguien dijo 'El hombre es Dios en ruinas', y John veía las ruinas con una claridad que usted y yo no podríamos soportar." Peter Falk
Declaración completa del New American Cinema Group en este enlace: http://catalogo.artium.org/dossieres/5/john-cassavetes/john-cassavetes-y-el-cine-independiente-norteamericano
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