19/1/11

"Creía que tenías miedo a las alturas No le tengo miedo a las alturas, le tengo miedo al suelo" Paris, Texas (1984)

Hoy quisiera hablar de uno de los muchos maestros que tiene el cine, porque el cine es una niño aún, y queda mucho por hacer, aprender y enseñar. Tiene que crecer, hacerse adulto.

Él es
Wim Wenders. Afirma que "hay dos manera concretas de aprender a hacer películas. La primera, por supuesto, es hacerlas; la segunda es escribir críticas”.


Alemán nacido en Düsseldorf en el 45, estudió curiosamente medicina y filosofía, e incluso, llegó a plantearse meterse a sacerdote (menos mal que no lo hizo! ya que si no, no podríamos disfrutar de su genio!). Realizó sus estudios de cine en Múnich. Entre 1967 y 1970 realizó varios cortos y su primer largometraje,
Verano en la ciudad (1970), donde a través de un paseo por ambientes urbanos hace un boceto de lo que será su filmografía posterior: la constante búsqueda de la identidad mediante el viaje; las referencias que denotan una mezcla de atracción y repulsión hacia América; los obstáculos que supone la incomunicación y la soledad, y la esperanza en el éxito de las relaciones humanas. Cinéfilo apasionado y asiduo espectador de filmoteca, cultivaba ya en esos años la crítica cinematográfica en Filmkritik y en el diario Süddeutsche Zeitung.


"Temática, estilística y geográficamente, el cine de Wenders está dislocado entre dos culturas: la de Goethe y Heidegger, y la de Ray y Ford; la crisis de identidad que sus figuras experimentan en sus distintos filmes y la crisis del propio cine constituyen su intento concomitante por hablar, aprender y reinventar un lenguaje cuya sintaxis tradicional tiende ahora más y más a la insignificancia." Timothy Corrigan en New German Film, The displaced image.

Gracias a las estructuras colectivas establecidas por los jóvenes cineastas de Munich mediante la Filmverlag der Autoren, Wenders realiza a partir de un libro de Peter Handke -escritor que ejercerá una penetrante influencia en su cine- la parcialmente interesante
El miedo del portero al penalty (Die Angst des Tormanns beim Elfmeter, 1971), donde en un paisaje sombrío un personaje que ha cometido un asesinato sin motivo aparente pierde poco a poco todo interés por la sociedad que le rodea y su propio destino. A este relato sobre la desaparición progresiva de la identidad le sigue el film más impersonal del autor: La letra escarlata (Der Schalarchrote bunschstabe, 1972), producido por Elias Querejeta. La experiencia resultó tan amarga que el mismo Wim se prometió desde entonces "no volver a filmar nunca más una historia donde no aparezcan autopistas, gasolineras o cabinas telefónicas". Es así como da lugar a un tríptico que la crítica considera la cumbre de su cine: Alicia en las ciudades, Falso movimiento y En el curso del tiempo, todas ellas protagonizadas por el actor Rudiger Vogler.

Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1973) desarrolla el tema de la amistad a través del viaje entre un periodista y una niña de nueve años que casualmente se ve obligado a acompañar desde New York a Holanda, prosiguiendo posteriormente el viaje hasta la comarca del Ruhr donde supuestamente se encuentra la abuela de la pequeña. Una de las cosas que más llama la atención del personaje encarnado por Vogler es la confusión profesional e intelectual que sufre en EEUU, donde se ve incapaz de escribir un artículo que le han encargado y sólo puede hacer fotografías con su Polaroid, imágenes "que nunca te muestran lo que realmente has visto (...) En USA perdí mi orientación: todo lo que me podía imaginar eran cosas en movimiento". Con ello, Wenders representa a un hombre que busca una realidad cuya percepción se le escapa a causa de sus constantes dudas. Por su parte, Falso movimiento (Falsche Bewegung, 1975) es una película difícil y casi metafísica en torno al viaje que realiza un escritor en busca de su propia identidad desde el norte al sur de Alemania, encontrando a su paso diversos personajes a quienes une la soledad y la imposibilidad para relacionarse. Los contactos y diálogos que tienen lugar entre las figuras de este film son bastante complejos y delatan un fuerte trasfondo político, histórico y social que origina una visión bastante densa de la República Federal alemana y sus fantasmas.

La obra con que culmina el tríptico wendersiano es
En el curso del tiempo (Im Lauf der Zeit, 1975-76), dedicada a Fritz Lang, rodada en blanco y negro, sin guión previo y con una duración de tres horas. Aquí asistimos a las relaciones existentes entre un técnico en proyectores de cine que vive en un camión y un psicolingüista especializado en la infancia a quien recoge tras una extraña tentativa de suicidio. Ambos emprenden un viaje a través de la frontera que separa las dos Alemanias para visitar diversos cines del lugar. Se trata de una bella parábola acerca del sueño del Séptimo Arte y la necesidad de encontrar nuevos lenguajes, nuevas formas de expresión: "Soñar era escribir en círculos... Siempre estaba pensando y escribiendo la misma cosa, una y otra vez, incluso cuando despertaba..., hasta que tuve la idea en el sueño de usar otro tipo de tinta..., y con la nueva tinta pude de repente pensar y ver algo... y escribir...". No obstante, encierra a la vez una pesimista reflexión en torno a la muerte del cine: "Es mejor que desaparezca el cine antes de que exista uno como el actual", llega a decirse. Lástima que el propio Wenders no se aplicase la sentencia a tenor de los resultados de sus últimas películas... Igualmente curiosa resulta la utilización que el autor hace del cine porno como exponente metafórico de la dominación perpetrada por el cine americano sobre las demás cinematografías ("Los americanos han colonizado el subconsciente"). Así, encuentran a un anciano propietario con el que hablan sobre Los Nibelungos de Fritz Lang y la sustitución de las películas clásicas por los productos en bloque que ofrecen las distribuidoras americanas, compuestos generalmente por films "porno". Además del cine, la música rock está muy presente en el film y servirá a los dos protagonistas para alcanzar algunos momentos de acercamiento interpersonal que otros personajes del cine de Wenders no tuvieron. Una de las escenas más destacadas de En el curso del tiempo, es aquella en que los dos hombres ofrecen un espectáculo improvisado de sombras chinescas a un grupo de niños: se trata de una secuencia muda que transmite el deleite de quien apuesta por la poesía que aún es capaz de irradiar la iconografía pura en unos tiempos donde la industria de los sueños y la televisión han reducido las imágenes a un vómito publicitario, impersonal y aséptico.

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