"Al quinto día de travesía por el océano Atlántico, vimos los gigantescos edificios de Nueva York. Ante nosotros estaba América. Pero cuando llevábamos una semana en Nueva York y, así nos parecía, empezábamos a comprender América, nos dijeron de modo totalmente inesperado que Nueva York no es América en absoluto. Nos dijeron que Nueva York es un puente entre Europa y América, y que nos hallábamos situados sobre el puente. Entonces nos fuimos a Washington, bien dispuestos a creer que la capital de los Estados Unidos es sin discusión América. Pasamos allí un día, y al atardecer ya nos habíamos enamorado de esta ciudad puramente americana. Sin embargo, esa misma tarde nos dijeron que Washington no era bajo ningún concepto América. Nos dijeron que ésta era una ciudad de burócratas gubernamentales y que América era algo completamente distinto. Perplejos, viajamos a Hartford, una ciudad en el Estado de Connecticut, donde el gran escritor americano Mark Twain vivió sus años de madurez. Ante nuestro inmenso horror, los habitantes del lugar nos dijeron que Hartford tampoco era la genuina América. Unos afirmaban que la genuina América estaba en los estados del sur, mientras que para otros se hallaba en los del oeste. Otros no decían nada, sólo apuntaban vagamente con el dedo en el espacio. Entonces resolvimos seguir un plan: viajaríamos a lo largo del país en automóvil, atravesándolo del Atlántico al Pacífico, y volviendo por una ruta distinta, a través del golfo de México, en la creencia de que sin duda en alguna parte hallaríamos América. Regresamos a Nueva York, adquirimos un Ford (el transporte en un automóvil privado es el medio más barato de viajar por los Estados Unidos), lo aseguramos a él y a nosotros, y en una fría mañana de noviembre dejamos Nueva York por América.
(...)
En verdad, cuando uno cierra los ojos y trata de reavivar las imágenes de ese país donde ha pasado cuatro meses, no se imagina uno en Washington con sus jardines, columnas y vastas colecciones de monumentos, ni en Nueva York con sus rascacielos y sus ricos y pobres, ni en San Francisco con sus calles empinadas y sus puentes suspendidos, ni en las montañas, fábricas o cañones, sino en un cruce entre dos caminos como éste, con una gasolinera contra un campo de alambres y de anuncios."
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