21/2/11

"Visado de tránsito". Anna Seghers.

"Yo quería levantarme para salir. Sentía asco. Entonces cambió repentinamente mi estado de ánimo. ¿A causa de qué? Nunca sé las causas que producen ese cambio en mí. De repente, todas estas conversaciones ya no me parecían tan repugnantes, sino más bien grandiosas. Se me antojaban archiviejo chismorreo de puerto, tan viejas como el Viejo Puerto mismo, y aun más viejas. Maravillosos, viejísimos chismes de puerto que nunca dejaron de oírse desde que existía el Mediterráneo; chismes fenicios; chismes cretenses, griegos y romanos. Nunca habían faltado charlatanes que temían por sus sitios en los barcos y por su dinero; ni los que huían de todos los terrores reales o imaginarios de la tierra: madres que habían perdido a sus hijos, hijos que habían perdido a sus madres; los restos de ejércitos diezmados, esclavos fugitivos; gente expulsada de todos los países que, finalmente, había llegado al mar, donde se arrojaba sobre los barcos queriendo ir a descubrir nuevos países, de los que de nuevo sería expulsada. Todos siempre en huida ante la muerte y hacia la muerte. Aquí los barcos debieron haber estado anclados siempre, en este sitio exactamente, porque en él se acababa Europa y empezaba el mar; y debió haber una fonda siempre porque era el lugar en que la ruta desembocaba. Yo me sentía terriblemente viejo, viejo de milenios, porque todo lo había vivido ya una vez; y, al mismo tiempo, me sentía muy joven, deseoso de ver todo lo que habría de suceder. Me sentía inmortal. Pero esa sensación cambió de nuevo, era demasiado fuerte para mí, hombre débil. Me asaltó la desesperación, desesperación y nostalgia. Me dolían mis veintisiete años dilapidados, enterrados en países extraños."

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