"Quiénes son estos cerdos –como adicto certificado exijo que se me deje solo –bébete el aceite de eucalipto –y esta cantidad de perillas y botones, cómo no va a alucinar un ejemplar masculino aturdido por el estruendo de las turbinas –necesito una bolsa de ácidos y una tarjeta de crédito –evaluar los riesgos y corregir el curso de la nave –este avión no parece moverse –sólo ronronear –los auriculares –y el vibrato tintineante clásico del ácido.
–Saquen ese animal muerto del asiento –pónganlo debajo –¿dónde está mi bebida? Estos cerdos nos llevan de paseo –cárguelo a mi tarjeta –extraños ecos reactivos por los auriculares –Gabriel Heatter aullando al fondo, conversaciones telefónicas –gente insólita conversando.
Éste es el programa de ayer –nuevas canciones para hoy –un hiato sobrevuela entre los asientos y ahora tenemos a Kitty Wells por los auriculares.
Este canal está saturado de ecos y conversaciones telefónicas, insisto –Dios mío, no veo las alas del avión, y el precinto de mi whisky se ha congelado– un cuerpo que levita tiende a la autodestrucción, se agusana.
–Saquen ese animal muerto del asiento –pónganlo debajo –¿dónde está mi bebida? Estos cerdos nos llevan de paseo –cárguelo a mi tarjeta –extraños ecos reactivos por los auriculares –Gabriel Heatter aullando al fondo, conversaciones telefónicas –gente insólita conversando.
Éste es el programa de ayer –nuevas canciones para hoy –un hiato sobrevuela entre los asientos y ahora tenemos a Kitty Wells por los auriculares.
Este canal está saturado de ecos y conversaciones telefónicas, insisto –Dios mío, no veo las alas del avión, y el precinto de mi whisky se ha congelado– un cuerpo que levita tiende a la autodestrucción, se agusana.
Estoy cada vez peor (12:15). Debo avisarle al piloto, este avión es tortuoso a esta altitud. Ominosa sensación de habernos desviado de nuestro curso –hay fuego en mi cenicero –y cosas rarísimas por mis auriculares.
El efecto ha amainado pero no puedo relajarme, necesito un avión que me lleve a Aspen pero todos los vuelos están cancelados por culpa de una tormenta de nieve –y si no es a Aspen, que sea a Los Angeles –última oportunidad de enderezarme –esfuerzo final –mientras la otra mitad de mí se asoma al abismo. Alguno de esos cerdos tiene que conseguirme un vuelo –estoy transpirando obscenamente, tengo el pelo pegado al cráneo y la cara empapada –la droga se ha extinguido, no más vértigo, la energía se agota, actividad mental inconexa –el dirigible de Good Year como postrera opción pero no está disponible. Cuidado con las [ilegible] aves de rapiña que se mezclan entre la gente normal –conseguir un lugar en ese charter que sale en cinco minutos –mi estómago ruge, voy de una punta a la otra del aeropuerto clamando por un Alka-Seltzer –nadie despega de Denver.
Ahora estoy en el asiento del copiloto de un Aerocommander –lo raro se alimenta de sí mismo –con un volante en mis manos y pedales en el piso y cuarenta y un relojitos enfrente, luces titilantes y sonidos incomprensibles por la radio –fumando, boqueando por oxígeno –enfermo, trastornado –dos Ritalin que no sirven de nada –me desbarranco –no tengo de qué aferrarme –burbujas en el cerebro –debo abrir la ventanilla, una bocanada de aire aunque los demás entren en crisis.
Apesta a alcohol en esta estrecha cabina, nadie habla –miedo y asco, y mareo, y alucinaciones, y nubes. Ni un solo as en la manga –consumido.
Mejor volver a Los Angeles que a Grand Junction –¿para qué ir hasta allá? Caos en el aeropuerto de Denver –sudor y escalofríos y todos los vuelos cancelados –y las mucamas trabajando –y los cerdos mentirosos de los mostradores –“te alquilo un auto, chico” –disculpe, pero como adicto certificado no puedo conducir en la nieve –¡debo volar!"
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