La película se desarrolla en los años 40 y narra la historia de Manuel (Geraldo del Rey) un vaquero que, cansado del maltrato que recibe de manos de su patrón, lo mata y huye con su esposa Rosa. Prófugos de la justicia, Manuel y Rosa recorren las baldías tierras norteñas combatiendo el terror físico y espiritual que parece haber poseído el país.
Es un fiel retrato de un pueblo que no logra encontrar soluciones a sus problemas.
Película del gran director del cinema nôvo Glauber Rocha. Dicho movimiento nació con la intención de renovar el cine brasileño a través de la crítica del falso populismo y del vacío temático de las grandes producciones. Dios y el diablo en la tierra del sol (Deus e o diabo na terra do sol. 1964), su película más conocida y probablemente la que mejor sintetiza las características de su obra.
Rocha realizó diversos filmes de carácter ideológico, como Dios y el Diablo en la tierra del Sol (1964). En Terra em transe (1967), analizó y criticó los problemas de las alianzas soñadas de la época de la ideología populista. Una de sus películas más conocidas, Antônio das Mortes (O dragão da maldade o santo guerreiro, 1969), se hizo muy popular nada más ser estrenada por la dureza de su secuencia final, en la que un negro mata a su opresor; fue premiada en el Festival de Cannes. Filmó otras películas, como Cabezas cortadas (1970), O Leão de Sete Cabeças (1970), rodada en África; O Câncer (1972) e Historia del Brasil (1974), montada en Italia, entre otras. Sus películas eran conocidas por sus temas políticos expresados de manera fuerte, a menudo combinados con misticismo y folclore, pero también por su particular estilo y fotografía.
La mediocridad y las contaminaciones del mercantilismo, que algunos consideran inherentes al cine, le parecían a Glauber Rocha los enemigos jurados de un arte heterodoxo, purificador, auténticamente nacional e intelectualmente elevado. A través de sus artículos críticos, su periodismo agudo y comprometido, sus escritos teóricos, y sobre todo de un cine anti convencional, opuesto a los cánones narrativos convencionales, cine del arrebato y el ensueño, del simbolismo rebuscado y la poética elaboración de lo popular, el creador devino testigo iluminado e imprescindible de un mundo tumultuoso (Brasil, América Latina, por extensión el Tercer Mundo) y de realidades contradictorias, milagrosas, surrealistas.
Para Glauber Rocha, los valores mentales se organizan como autodefensa en un lenguaje fetichista. Fue crítico activo de la burocracia que reprime la creación artística. Para él, la crítica se nutre del arte y el arte de la vida, dialéctica que reacciona con cada ruptura revolucionaria del arte y reestructura la regresión. Consideró la fragilidad de la crítica y la decadencia artística como resultados de la práctica intelectual, incapaz de imponer sus ideas, pues los intelectuales declinan sus responsabilidades políticas en favor de una cultura desvinculada de la historia. En 1970 fue premiado como mejor director brasileño por el Instituto Nacional del Cine de su país.
Agitador, renovador e inconformista son algunos de los adjetivos más utilizados para definir su espíritu desgarrador, y que materializaba en la brusca tensión de sus imágenes, y en la (auto)reflexión de su textos y de sus conferencias.
Un director que preparaba minuciosamente cada uno de sus proyectos — elaboraba varios borradores de guión, todos diferentes— para luego, en el rodaje, empezar desde cero, para destruir lo construido, pues importaba más ese gesto de incertidumbre, en trance continuo, incluso histérico, el grito de desesperación y rabia, antes que cualquier otra cosa.
En Deus e o Diabo na Terra do Sol, combina elementos tan dispares como el folclor bahiano y las leyendas nordestinas, la iconografía del oeste (al estilo contemplativo de Sergio Leone y sus fabulosos spaghetti-westerns), las prácticas distanciadoras de Bertoltd Brecht, la tradición operística europea, y las constantes referencias al barroquismo latinoamericano, todo ello a veces signado por la incoherencia y la confusión, pero cuánto necesita esta actualidad —colmada de productos culturales adocenados, donde todo está masticado y listo para el consumo, donde nada hay que pensar, añadir ni cuestionar, puesto que los contenidos son lineales, elementales y además predigeridos— de semejante espíritu revulsivo, de aquellas dudas angustiosas, de aquel caos alumbrador que presentaba Glauber Rocha en la mayoría de sus películas, casi todas incomprendidas por el público mayoritario y fustigadas hasta el exterminio por la prensa menos perspicaz.
Inspirado en la "Estética de la violencia", apela al signo que, según Rocha, caracteriza a su pueblo, el hambre, que a la vez es su originalidad, pues el hambre convoca a una violencia transformadora que se convierte en acto revolucionario, donde el colonizador llega a tomar conciencia de la existencia del colonizado.
Antonio das Mortes es el único personaje que necesitó cierta elaboración. Los demás: el campesino y su mujer, el ciego que narra la historia, Corisco —el cangaçeiro— y Sebastião —el fanático religioso— son fácilmente identificables con los habitantes del Sertão. Rocha no necesita mucho más, salvo adjudicarle al vengador Antonio das Mortes una conciencia "en trance". Este personaje siniestro y aparentemente primitivo es el que representa, de algún modo, la contradicción que permite que la historia del film avance. Porque Manuel y su mujer, María, serán tentados por "Dios" (el beato que los convoca a una peregrinación alienante) y por el "Diablo" (el cangaçeiro que lleva adelante una venganza sin-ton-ni-son) en una tierra que no tiene mucho para ofrecer..., al menos, hasta que los campesinos hayan sido liberados por Antonio das Mortes y puedan huir hacia el mar, hacia la vida, hacia la libertad.
Manuel caracteriza al pueblo, mientras que Corisco al bandidismo y Sebastião al fanatismo moralista. Antonio das Mortes es el vengador de una clase que ve sacudidas sus bases ante la rebelión del pueblo.
La única solución viene con el derramamiento de sangre como sacrificio en el altar o como sedición y destrucción disfrazada de rebelión, Rocha fue consiente de los peligros que también traen consigo los actos contra la opresión, y así es como nos presenta esa dualidad, esos dos antagonistas en medio de los que no saben a quien seguir.
Filmada en espacios abiertos, con cámara en mano, la luz de un sol implacable o las penumbras que dibuja la llama de las velas, y contada a través de cortes directos, Dios y el diablo en la tierra del sol es la película que mejor representa al Cinema Novo. Sus planos generales, que ubican al desposeído en una gran planicie donde no hay nada que pueda cobijarlo, el montaje rápido para mostrar los efectos de una matanza furiosa o la cámara fija que registra a Corisco en un monólogo enloquecedor mientras se aleja, quedando en plano general, o se acerca y se coloca al costado del cuadro en primer plano, para luego mostrar sólo la mitad superior de su cara protegida por el sombrero en un primerísimo primer plano... son elementos novedosos en una cinematografía que venía repitiendo los patrones impuestos por el cine comercial y que, conscientemente, rompió con una serie de cánones para brindarnos esto, que es un cine nuevo, que es una propuesta estética joven, a pesar de los años que lleva encima.
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